En recuerdo de Francisco Javier de Burgos 1833. La escalera de Jakob

De Bílbilis al cielo

Vivencias para una crisis por Manuel Martín Bueno
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30 de abril del año 2020 a por la octava semana de confinamiento.



Cada día con su noche, o cada noche con el día que le sigue es como una valla, un obstáculo nuevo pero repetitivo, en esta carrera hacia un horizonte lejano y desconocido del que no tenemos referencias y para el que los presagios de los múltiples agoreros que nos envuelven no presagian nada bueno.

Seguimos soñando pese a todo y a todos, pero cada día nos retiramos un poco mas temprano, minutos pocos o muchos, pero vamos avanzando implacablemente a la par que el despertar suele ser invariable en primera intención, aunque luego dilatemos el momento de alzarse de la cama para comenzar las abluciones matinales y el resto de ritual acostumbrado, menos el afeitado, ya que perseveramos en la intención de esperar hasta que esto pase del todo. Prudentemente hemos vuelto a contemplar alguna imagen de D. Ramón María de Valle Inclán, gallego de las Rías Bajas, por si es necesario justificar nuestra decisión recordando al nacido en Villanueva de Arousa en algún momento futuro.

Los sueños son cada vez mas complejos, pero no complicados ya que la complicación la ponemos nosotros en el momento de interpretarlos, que no es tarea menor, sino tarea mayor como habría dicho un andarín impenitente e indisciplinado.

En días pasados desde que se comenzó a hablar de aquello de la “desescalada”, palabra horrorosa que nunca se utiliza en el argot de los montañeros ni escaladores, al contrario de “laminar”, que es vocablo de uso en la industria del acero y también en la ingeniería hidráulica para indicar el proceso técnico de controlar y frenar las aguas turbulentas de una riada o avenida hasta convertirla en un manso fluir del líquido elemento.

Creo que lo de la “desescalada” que retumbaba en mi mente por mor del subconsciente, me llevó a pensar en que si había que desescalar, (descender) tendríamos primero que haber escalado (ascendido) y ahí llegó el sueño bíblico para sacarme de la cuita y calmarme los ánimos y el espíritu como en la Biblia (Génesis 28,11-19) cuando Yahveh se le apareció a Jacob para tranquilizarlo y darle esperanza. En mi sueño que se ha repetido tres veces, otra cifra cabalística, yo veía que por una escalera que comunicaba cielo y tierra descendían y ascendían, sin solución de continuidad ángeles afanosos en una y otra dirección, a los que yo les intentaba preguntar que hacían sin recibir respuesta. Está claro que no tengo influencia sobre estas cosas de las alturas, seguramente por mi poca fe y crean que lo siento, siempre es bueno tener aliados en todas partes. Una vez despierto en el tercer día y comprobar la insistencia de la imagen antes de que se hiciera borrosa hasta desaparecer, acudí a las fuentes como buen arqueólogo para tratar de aclarar las cosas. Juan 1:51 me dijo algo que ya sabía, arrimando mi ascua a la interpretación cristiana y dejando atrás la judía del Antiguo Testamento. Ésta la de Jesucristo como protagonista, en la que los ángeles de la escalera están subiendo y bajando es la moderna. Que trabajo.

Creo que tendré que observar cuidadosamente el comportamiento de los españoles en las próximas semanas para comprobar si somos como hormiguitas disciplinadas o abejitas laboriosas que se dijo no hace tanto en una peli de romanos por el emperador de turno para denunciar una conjura urdida contra él por su hermana, algún senador al parecer de integridad contrastada y un general venido a menos y reducido a la esclavitud del anfiteatro.

Otro día soñé con un prócer español del siglo XIX, Secretario de Estado de Fomento en un gobierno efímero como muchos entonces, que ahora les presento. Yo en verdad estaba soñando con barcos, provincias ultramarinas y un rey de España felón por antonomasia, Fernando VII, en el último año de su reinado 1833 en que por fin se muere y empieza lo bueno, carlistas e isabelinos a la greña, no tenemos remedio.

En esta barahúnda actual de dimes y diretes, declaraciones y contradeclaraciones, explicaciones diarias, discursos larguísimos y por lo tanto de esterilidad comprobada del presidente del Gobierno, memeces de la leal oposición de probada falta de sentido práctico y de estado y las habituales salidas de tono de los deslenguados de turno, se me empezaron a clarificar las ideas. No hay nada como retroceder al siglo XIX español para aclarar las ideas si es que se han tenido, porque como grande fue la confusión en la época de autos, caben todas las posibilidades interpretativas, como aquí y ahora.

Como un sonsonete de primeros años del viejísimo sistema educativo que cursamos, preparatorio o así, antes del ingreso en el bachiller cuando se realizaba a los 9/10 años, vinieron a nuestra mente dos realidades, una la de un personaje D. Francisco Javier de Burgos y Olmo, malagueño de nacimiento, qué siendo Secretario de Estado de Fomento, fue encargado por el Presidente del gobierno D. Francisco Cea Bermúdez, llevar a cabo una reforma territorial de España, que culminase las que se venían arrastrando inconclusas desde mucho tiempo atrás, al menos desde el siglo XVIII, Carlos III y otros intentos como el de 1822 por acercarnos mas al momento. La otra su comparación con cualquier sesión de nuestro Congreso de los Diputados.

Ahora en la desescalada, liberación llaman otros con fervor patriótico, esos que al mismo tiempo osan calificar al Papa de Roma como ciudadano Bergoglio, en un gesto tan atrabiliario como quién lo ha proferido. Excomunión para dicho sujeto pediría yo si estuviera bajo la disciplina vaticana o al menos un ratito en el Infierno aunque tuvieran que volver a encender las calderas solo para el.

Las discrepancias, desacuerdos y enfados varios que exhiben con ardor muchos presidentes autonómicos en este momento, unos por mera disciplina y estrategia de partido, algunos por aquello de que se les hace poco caso y otros porque tampoco saben historia y tienen menos sentido práctico que un pez, saltan por doquier.

Lo de la argumentación gubernamental de organizar la salida de la pandemia, la famosa desescalada, con base metodológica es imprescindible. El método es lo primero decimos los arqueólogos y luego vendrán las técnicas que pueden ser numerosas para aplicar los preceptos establecidos con la metodología adecuada. Ese esquema sencillo y práctico es fundamental y debería estar al alcance de cualquier mente mínimamente amueblada, pero no, no estamos de acuerdo, porque tenemos otras ideas al respecto, tenemos la obligación de seguir lo que dice nuestro jefe de filas, sea el que sea, e incluso se debería poder pensar por libre, pero para eso ya están las redes sociales y ya vemos el resultado, la cacofonía está servida.

En este Estado de taifas, perdón de las autonomías, no nos gusta lo de las provincias y cada uno defiende lo alternativo cuando no directamente lo contrario, aunque no se atrevan a manifestarlo por razones variadas algunas las comentaremos. Dejando aparte las cuestiones ideológicas que son aburridas, alguien debería haber pensado que si es necesario establecer alguna suerte de seguimiento del asunto y aceptando un principio metodológico, lo de las provincias como base para el control epidemiológico, de movimientos de las personas, de recursos, etc., no está tan mal, pero claro está las discrepancias saltan a la vista.

El gobierno de Euskadi, con su lehendakari a la cabeza no puede aceptar en su fuero interno que se recurra a las provincias por si se recuerda que en aquella división territorial de 1833 a las tres provincias vascas se las incluía en una región que se denominaba Provincias Vascongadas, denominación que hoy en día es intolerable, nunca les gustó un pelo porque sonaba a español.

Por tierras gallegas no deberían tener gran problema con 1833, pero claro está lo de la distribución en aquellas provincias se ha venido intentando anular con circunscripciones menores posteriores, aunque la resistencia de alguno de los organismos que gobiernan las provincias, las diputaciones provinciales tienen en aquella autonomía tanto poder y están tan bien controladas por barones hereditarios o casi que nadie va a osar eliminarlas. Lo de los concellos y otras reparticiones territoriales como distritos sanitarios está bien pero no del todo, lo importante es pedir para que no nos den ya que ya vemos lo difícil que está todo y no es bueno desgastarse que es año electoral y no todo está tan claro como parece.

En Aragón cuyo presidente va un poco por libre por razones personales y por socios de gobierno, lo de las provincias, pues miren Vds. no nos convence, preferimos el criterio de localidades con mas de tantos habitantes y así seguiríamos hacia arriba, por no decir directamente que les molaría mas lo de por comarcas que para eso las tenemos y podríamos justificar que sirven para algo práctico y de paso darles una palmadita en el hombro a unos socios de gobierno que andan un poco desmejorados y en convalecencia.

En Cataluña por principio se ha de decir que no, que si el secuestro de las libertades, del autogobierno y todas las mandangas que se desee, pero no se dice nada porque se tienen escondidas en la manga las comarcas en versión catalana, las veguerías, que pusieron en marcha hace tiempo, pero tampoco está claro, lo que quieren es poder gestionar la pela y el que venga atrás que arree.

Los archipiélagos no están descontentos porque la unidad es la isla, lo mismo que las ciudades autónomas e incluso las autonomías uniprovinciales, pero si en estas las razones para disentir no son las generales, ya serán otras o las que nos dicten los cabezas de fila de los partidos que para eso estamos metidos en el fregado mas inmenso que el español ha conocido.

El gobierno de Francisco Cea Bermúdez duró del 29 de septiembre de 1833 al 11 de enero de 1834, se había muerto Fernando VII y ascendido al trono la regente Isabel II, la distribución administrativa en provincias que todavía tenemos decía que a cada capital de provincia se debía poder llegar desde el extremo mas lejano de ella en un día, que las provincias en sus capitales debían tener entre 100.000 y 400.000 habitantes además de coherencia geográfica, disponer de terreno de montaña y valle, si tenías mar mejor todavía, pero ya sabemos que no todo es posible.

Aquellas provincias no resolvieron todo. Hubo pueblos que con el tiempo han quedado parte en una provincia y parte en otra, enclaves de una provincia en el territorio de la vecina, como el Rincón de Ademuz, el Condado de Treviño, etc., pero en general han funcionado y aunque muchos han propuesto, siempre con la boca pequeña su eliminación, nadie se ha atrevido. Cuando se establecieron las CCAA se dijo que era el momento, pero la realidad es que las regiones ya existían antes y convivían con las provincias, 49 provincias y 15 regiones en 1833 y ahora no hemos cambiado tanto, reajustes cosméticos que no han contentado a muchos, pregúnteles a los del Reino de León, los de Albacete parecen mas contentos donde están y los murcianos mas porque son autonomía propia y para problemas ya tienen a los cartageneros siempre cantonalistas que les incordian.

Podremos buscar razones políticas, administrativas, de oportunidad, de distancias, de equipamientos, de lo que se quiera para argumentar que esta desescalada que se establece con criterios basados en las provincias puede ser buena, mala, regular o lo que se desee pero es una metodología y eso es lo importante. Mientras en el Documento Nacional de Identidad de los españoles y residentes ponga la localidad de residencia y la provincia, pues eso. Por cierto desde Calatayud y Caspe podríamos reivindicar las fallidas provincias de 1822, pero no es el momento. Seguiremos con los sueños.

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